1.11.05

Resulta hasta gracioso cómo nuestras vidas se reducen, en este caso, a un sobre manila. Y es extraño, muy extraño, que la curiosidad y el morbo no puedan. Ninguna parte de nosotros se atreve a abrirlo. Nadie quiere saber.
Lo dejamos en el sillón: huesped no deseado, imprudente. Le dijimos que ibamos a tomar un vaso de agua, que no nos tardábamos nada, que teníamos que subir por algo. Y él se quedó ahí: silencioso, estático, paciente.
Lo miramos. Las tres mujeres, tras un semblante inquebrantable, estamos despavoridas.

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