18.12.04

Casa de mujeres

Era medio día, el sol no brillaba, vimos pasar un taxi. Llegó de Madrid cargando belices, una voz de casi sesenta y su acento español, soy asafata. Pedía un encendedor, mamá no guarda ninguno, hace tiempo que no fuma.
Los años me han hecho ver que mi profesión es de las mejores: voy y vengo en un chasquido. Conozco a muchas Palomas, no sólo en España que abundan, sino por doquier, tal vez ese nombre tenga algo conmigo. ¡Pero, caramba! Cómo iba yo a saber que vendría a esta casa de mujeres.
Nuestra casa: una casa de mujeres; me gusta como suena.
Y es que cuando hay sólo mujeres se respira ese aire de complicidad, de empatía que sólo el sexo femenino produce; no digo que los hombres no lo tengan, pero ciertamente, es muy distinto.
Por supuesto que la cosa se pone insoportable en esos días, se respinga por cualquier estupidez insignificante y los dramas están a la orden, se vuelve una mala puesta en escena; sin embargo, el telón no se cierra hasta que seamos de nuevo Nosotras, hasta que la lucha de egos se torna difusa y, eventualmente, se nos caen los disfraces, se nos resbala el motivo.

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que son (Julio Cortázar)


bodies