16.6.10

Grito que no creo en nada y que todo es absurdo, pero no puedo dudar de mi grito y necesito, al menos, creer en mi protesta. La primera y única evidencia que me es dada así, dentro de la experiencia del absurdo, es la rebeldía. Privado de toda ciencia, empujado a matar o a consentir que se mate, sólo dispongo de esta evidencia que se refuerza aún con el desgarramiento en que me hallo. La rebeldía nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad en el corazón mismo de lo que huye y desaparece. Grita, exige, quiere que el escándalo cese y que se fije por fin lo que hasta ahora se escribía sin tregua en el mar...

(Las siguientes líneas romperán la atmósfera de las anteriores, pero son necesarias para que yo no olvide.) Lo único bueno de que una amiga te deje plantada en la facultad de ciencias es que... bueno, son muchas cosas en realidad: es que tu amiga tiene una muy buena razón para hacerlo y se toma la molestia de avisarte, que el lugar en cuestión está en playa con rocas y todo tiene ese olor maravilloso, uno puede ir a mojarse sin mayor protocolo; hay un pasto verdísimo y cómodo donde echarse un tabaco es de lo más rico. Tienen una biblioteca que adoro donde encontré esa maravilla esperando por mí, sí, El hombre rebelde de Camus esperaba por mí, lo juro, lo he estrenado... Y también, por supuesto, que luego llegue al rescate la fun as hell con un whisky listo para morir y el mood chévere que siempre la acompaña.

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