27.7.05

fragmento.

- ¿Esto?, ¿esto es lo que quieres? --me dijo mientras aventaba los libros del estante, arrrancando sus notas de los clavos: las tenía ahí, como si fueran un cuadro de Pollock que yo nunca alcanzaría a comprender.
Yo estaba paralizada, no hacía más que ver; mis piernas no tuvieron fuerzas ni siquiera para temblar. Pasó a mi lado, había dejado su libreta sobre la mesa que estaba trás de mí, la puso entre sus manos y comenzó a deshojarla. En sus dedos pude verlo todo: los días de fiebre, las llamas que en lugar de casa nos devolvieron cenizas, los golpes de su hermano, el desprecio de las editoriales, mi amorío con Rubén, su secuestro; de sus manos salían los rayos de cada desgracia que llegó a él: las que vi, que sé y las que ignoro.
- ¿Con que más vida y menos palabras, he? ¿Así te gusta más, o también quieres que me vuelva mudo?
Empezó con sus libros, después los míos, los discos, las hojas, borradores, aventó plumas, bocinas, las sábanas... Creo que fue la única vez que di gracias porque no hubiera casi muebles ni una televisión en el departamento.
- ¿Que no vas a hacer nada, no vas a decir nada?
Seguí viéndolo, después de siete años mis ojos no se cansan de hacerlo. Hoy no, Samuel, hoy no voy a decir nada.

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