7.10.04

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Cuando escuchas a Silverchair acostada, viendo una lámpara que te ha acompañado más tiempo que casi cualquier objeto (in)animado, lo último que quieres es que abran la puerta y pregunten si estás enferma.
Creas discuciones, gritas, vuelves a ensamblarte, todo sucede dentro. Y a ratos quisieras que alguien pudiese verlo.
Que alguien te mirara y asumiera o hiciera la pregunta precisa, y a pesar de que te rehuces a decirlo sepa, te abrase, te diga que las cosas marcharán bien, que tú marcharás bien, que no importa.
No tener que ahondar en algún vacío y jugar con la nostalgia de algo que no se ha conocido, que probablemente no exista.
Quieres que se haga en ti la risa que a los demás sostiene.
Dejar de hacer mapas inservibles, quedarte: Estar.
No ser zozobra y mudanza. Impedir que la voz se desgaste.

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