17.12.09

Encuentro a la familia desaparecida en la sala de espera de un aeropuerto, le aviso a mi abuelo, que ahí están, que vaya; no las saludo porque no me conocen, yo sí, yo he visto su melena rubia y cutis perfecto, olvido muchas cosas pero esas no; ella es de las mujeres que detienen el tráfico, y no por despampanante o por el escote o las piernas, es ese algo menos explicable, que se percibe igual cuando acaba de levantarse con el cabello revuelto que entrando a una fiesta. Muy pocas lo tienen.
Cuando era mesera llegué a atenderla, le pedí su orden viéndola fijo y ella dijo su lista imaginaria de la misma manera; yo sabía quien era, ella no me recordaba.
Mi abuelo fue a saludarlas, después volvió por mí, nos sentamos: ella con su abuela, yo con el mío, y hablamos de academia, de trabajos difíciles de conseguir, de las familias. A ratos se volvía para platicar con su abuela, era eso sobre todo: ellas platicaban, conmigo hablaba.
Extrañé a mi abuela, sin conocerla. Cuando se reían juntas, cuando les invadía un silencio cómplice pero sus ojos hablaban. La extrañé con una fuerza que nunca había sentido. El dolor de lo imposible supera a cualquiera.

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