20.8.06

La tía Elisa.

Le pusieron Elisa, igual que a mí, por la abuela. Todos hablaban de ella, aunque la mayoría del tiempo lo pasaba desaparecida. A sus cuarenta usaba los mismos pantalones que a los veinte: ajustado, a la cadera, y blusas escotadas. Evitaba el cabello despeinado con limón, siempre olía a eso.
Fue la única que respondió sin titubear, me voy contigo, Paloma. Lo más complejo se soluciona con frases ridículamente sencillas.
La escuché cantar boleros todos los días durante un año, cuando mapeaba. Me contó del hombre que la dejó con dos hijos, una ciudad inmensa y desconocida y toda la juventud deshecha. Me dijo del que llegó tres años después, que nunca estuvo con ella pero tampoco la dejó sola: el que la ha acompañado a ratos, hasta ahora. Me contó de cuando fue pollera, de cuando traía pescado del sur, de lo tanto que disfrutaba desprenderse. De las cosas que nunca fueron sus cosas.
Se fue por lo que se van todos: algo qué ver con mi padre o con mi hermana. En cinco años nadie supo en absoluto de ella. Nunca nos despedimos. Hasta ayer, por la noche, en la línea se borró una línea. La reconocí por sus manos. Le toqué el hombro y al verme su rostro era idéntico al de la última vez. Soy Paloma, hija de Paloma tu prima. Y así fue. Ahí fue.

bodies