16.10.05

Te acompaño.

- Todos son diamantes, ¿no?
- Sí --contestas. Y entonces, dentro tuyo, abres paréntesis: Es el anillo que compré en el último viaje que hicimos, cuando los viajes eran risas con las niñas, algunos cigarros en el hotel para esperar al que no llegaría, playas sin tumulto, compras. Y entonces, dentro mío, abro paréntesis: Es de cuando nos enfadaban los aviones, el viaje en que me desmayé porque se me olvidó abrir la puerta del baño y el vapor no pudo salir; es el anillo que te probaste y era justo tu medida.
- Le doy dos mil.
- Muy buenos --miras el suelo y firmas. Los ojos se me empañan. Quiero abrazarte, decirte que es la última vez que tienes que abandonar una evidencia, parte de la historia en un lugar así. Quiero abrazarte fuerte, decirte que esto no tarda en cambiar, que te quiero aunque no sirva de nada. Pero si lo hago, tú y yo vamos a llorar tanto, vamos a desnudarnos aquí: frente a un guardia, una cajera y un valuador. Y no podemos. Lo único útil que dejó el comandante fue el eco de su frase: Uno no debe quebrarse, bajo ninguna circunstancia. Tomas el dinero, subimos al carro, manejas a casa. El camino nunca ha sido tan largo, pero aquí mi hombro y mis oídos, y aquí toda yo, contigo, en estas calles que parece no acaban.

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