29.8.10

hacerlo pedazos

Las distintas herramientas con que uno cuenta para conocer el mundo, lo primero que imponen es hacerlo pedazos. Antes que nada el lenguaje pica la piedra en palabras y ya luego amalgama el polvillo en la conversación y el texto. Para ver, primero la luz ha de romper la oscuridad en mil formas y volúmenes, en colores y sombras, brillos y destellos, espejismos lejanos y sutiles penumbras.
El ojo que toma esos fragmentos de luz a su vez los pulveriza. El cristalino desvía los rayos que lo atraviesan y enseguida la retina fractura la energía lumínica en moléculas de pigmento, repartidas a su vez en brevísimas señales eléctricas. La retina dista mucho de ser un simple mapa de pixeles: es un manto con seis o siete capas de células conectadas entre sí --en serie, en paralelo, en convergencia, en divergencia-- cuyas últimas prolongaciones forman el nervio óptico que entra al cráneo por detrás de la órbita. Las vías nerviosas se bifurcan y se vuelven a bifurcar, mezclando el mundo una y otra vez, atomizándolo. La cosa no termina en la corteza occipital, y los pedazos infinitesimales de mundo que cada pequeña célula alberga viajan a toda velocidad por amplias redes tisulares hacia la cabeza entera, para mezclarse con fragmentos sin número procedentes de otras distintas formas de desbaratar la realidad: las partículas auditivas y las migajas gustativas, los pedazos olfatorios y táctiles, los átomos del lenguaje que brincan por todos lados y los trocitos de universo que proponen las ideas.


- Fernández Granados

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