24.7.09

Las polacas

Tienen un cutis perfecto, sonrojado, muslos de hierro. Su cuerpo esbelto, delicado, el cabello lacio, largo, en capas. No sudan (a treintaytantos grados no sudan), el viento caliente que viene de todos lados parece el resultado de un abanico cuando mueve su cabello, como si estuvieran en una sesión de fotos para vogue. Sus dientes son blancos, alineados, del tamaño justo en el lugar indicado. Suben y bajan la escalera de una casa de dos pisos para llegar al techo, con la gracia de una gimnasta, con esa manera que parece tan sencilla y sin esfuerzo. Su tono es paciente, con un inglés refinado; hablan pausado, como sabiendo que todas las palabras son tan ligeras y sin importancia.
Yo, por otro lado, tengo que usar exfoliante cada tercer día, mascarilla una vez a la semana y lavarme la cara religiosamente, para que mi cutis se encuentre en el estándar. El tono de mi piel es amarillento, muchas veces pálido, tengo unas piernas regordetas que ni cuando estoy flaca se reducen. Mi cuerpo es curveado y sin elementos rescatables; el cabello sin corte definido desde hace meses, chino y, con el calor, esponjado. Sudo, cual si me derritiera, el viento hace que el cabello me golpee el rostro, que los chinos se me paren: que sea imposible dar un orden estético a mi peinado. Cada día aumenta el tiempo de cepillado para lograr un cierto blanco en la dentadura, de niña usé brackets, paladar, me sacaron muelas... y todavía hay varias cosas chuecas en mi boca. Subo la escalera repitiendo a T que me cache si me resbalo, sabiendo que la subida siempre es fácil pero la bajada mejor ni pensarla y, en ambos procedimientos, he tenido que pensar "sube un brazo, ahora una pierna, ahora el otro brazo, ahora la otra pierna": mi motricidad es una broma. Tengo voz de pito, a veces me preocupo demasiado por las palabras que utilizo, otras ignoro lo que estoy diciendo.
Pinches polacas, nomás me restriegan todos mis defectos.

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