29.7.09

Junto al mar

la vida es más sabrosa.

24.7.09

Las polacas

Tienen un cutis perfecto, sonrojado, muslos de hierro. Su cuerpo esbelto, delicado, el cabello lacio, largo, en capas. No sudan (a treintaytantos grados no sudan), el viento caliente que viene de todos lados parece el resultado de un abanico cuando mueve su cabello, como si estuvieran en una sesión de fotos para vogue. Sus dientes son blancos, alineados, del tamaño justo en el lugar indicado. Suben y bajan la escalera de una casa de dos pisos para llegar al techo, con la gracia de una gimnasta, con esa manera que parece tan sencilla y sin esfuerzo. Su tono es paciente, con un inglés refinado; hablan pausado, como sabiendo que todas las palabras son tan ligeras y sin importancia.
Yo, por otro lado, tengo que usar exfoliante cada tercer día, mascarilla una vez a la semana y lavarme la cara religiosamente, para que mi cutis se encuentre en el estándar. El tono de mi piel es amarillento, muchas veces pálido, tengo unas piernas regordetas que ni cuando estoy flaca se reducen. Mi cuerpo es curveado y sin elementos rescatables; el cabello sin corte definido desde hace meses, chino y, con el calor, esponjado. Sudo, cual si me derritiera, el viento hace que el cabello me golpee el rostro, que los chinos se me paren: que sea imposible dar un orden estético a mi peinado. Cada día aumenta el tiempo de cepillado para lograr un cierto blanco en la dentadura, de niña usé brackets, paladar, me sacaron muelas... y todavía hay varias cosas chuecas en mi boca. Subo la escalera repitiendo a T que me cache si me resbalo, sabiendo que la subida siempre es fácil pero la bajada mejor ni pensarla y, en ambos procedimientos, he tenido que pensar "sube un brazo, ahora una pierna, ahora el otro brazo, ahora la otra pierna": mi motricidad es una broma. Tengo voz de pito, a veces me preocupo demasiado por las palabras que utilizo, otras ignoro lo que estoy diciendo.
Pinches polacas, nomás me restriegan todos mis defectos.

22.7.09

La gente que entra a los lugares batuqueando, dando opiniones viscerales a lo idiota, sin mirar a nadie más presente, que abre la boca como si nos bendijeran a todos con el excedente de su saliva. Esa gente que se cree super dotada aunque haya apenas descubierto a Poe (en la universidad), que se prende con lo gótico, y además adora al puto Dan Brown como si fuera un dios. Las gentes que a fuerza quieren ser incomprendidas, que parece que ni se bañan, que despotrican contra todo sin más afán que el de verse bien rebeldes, que escriben muerte así, con cursivas y en negritas. Esos que rayan sus cuadernos con el signo de anarquía (come on, man, we're too old for that), que se la pasan buscando palabras rimbombantes para decir algo simplísimo. La gente que sabe la inexistencia de su talento, y en vez de chambearle para a través de la disciplina llegar a algo, reparte sus "escritos" a quien se deje. Que debería preocuparse por leer y ser honesto (y no estoy diciendo que ser honesto tenga algo que ver con ser "buena persona")...
En resumen: esa gente de pose, que me da inmensa hueva sólo de verla, a quienes les saco la vuelta. No entiendo, de verdad, no sé por qué esa gente piensa que yo voy a querer leer sus textos.

20.7.09

Al límite de los escombros ser una desmesura yo querría.

-MN

18.7.09

No me muevo dos segundos

Es verano, he salido de vacaciones con amigos a alguna playa barata. Hay viento caliente pero las tardes son nubladas. Me despierta el teléfono de la habitación. Un hombre ordena que vaya a otra ciudad haciendo dos paradas en las que me entregarán unos paquetes, tengo que hacerlo en cierto tiempo, y deberá ser en el auto que él mismo o su gente o no sé quien ha dejado en el estacionamiento, la llave está en recepción. Que debo ir, de lo contrario te matarán. Conozco a ese hombre, sé que no jugaría.
Me visto rápido, no aviso a nadie, recojo la llave. El auto es una camioneta verde olivo, recién sacada de la agencia. Alrededor de ella hay cuatro hombres, rasurados, cada uno con mezclilla y camisa a rayas, zapato negro. Me quitan la llave y hacen que aborde la cajuela que no lo es tanto, no está dividida del resto del auto salvo por el asiento trasero que le antecede.
Hay turnos para el volante, el mío no existe, nadie cruza palabra ni me mira. No hay paradas salvo un par en las que he bajado a recoger paquetes. En la primera jalo la palanca que hay dentro para abandonar la cajuela, la parte trasera del auto es más bien otra puerta. Salgo y una mujer en botas negras y melena larguísima recogida se baja en un desierto a medianoche para entregarme una caja pesada de cartón. La tarde siguiente voy por las llaves de un auto a una farmacia, abro la cajuela y saco una bolsa negra, nada ligera tampoco.
Los hombres siguen manejando, entramos a la otra ciudad, una avenida grande, son las siete de la tarde con diecinueve minutos, llueve. El hombre llama al celular del conductor, quiere hablar conmigo. Pregunta a que altura estamos, veo los nombres de las calles, los repito, él dicta una ruta nueva, no muy lejos de donde estamos, dice, y cuelga. Vamos por donde dijo, calles poco transitadas en una especie de colina, alrededor de la calle hay tierra mojada en descenso. De pronto, en sentido contrario, un auto y una camioneta negra vienen a nosotros. No frenamos, las gotas de agua se convierten en plomo horizontal. El zumbido. Estas cosas todo el tiempo están jodidas.
Jalo la palanca, brinco mientras la camioneta se colea, no me muevo dos segundos, necesito sentir mis piernas. Echo a correr cuesta abajo, me empapo, el lodo se mete en mis zapatos, los zumbidos. No pienso en nada. Escucho los zumbidos, mi respiración, siento el lodo que hay en mis zapatos, la lluvia, tengo que salir de aquí.

No entiendo una pizca de lo que ha pasado. La verdad es que no me preocupa entenderlo.

En invierno vienes a casa sin previo aviso, después de años de ausencia, luego de que en verano un hombre me recordara que estabas vivo casi acabando conmigo. Me viene la idea de que quizá ese hombre seas tú , quizá te partieron en dos cuando naciste y él es esa otra mitad parca, aguda, directa… sé que no.
Me entero de que estás aquí porque antes de irme te encuentro en la sala, dormido con una mujer. Le llevas cuando menos veinte años. Tengo que acercarme para confirmar que es la misma a quien vi aquella medianoche, de botas y melena recogida en el desierto. Paso de largo.
Cuando regreso no hay nadie, la casa intacta. No hay notas en el refri ni cartas de despedida. Contigo las cosas siempre han estado jodidas.

14.7.09

Y la noche se abre, y arroja con indiferencia el abecedario del cielo sobre su rumbo.
-Montero Glez.

9.7.09

Por la noche miramos un incendio, tomados de la mano.

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