5.9.07

El huracan.

La tormenta.
Yo huí, según ella, las otras dos mujeres se quedaron. En estos días se encendió la alerta, ella corrió a comprar lámparas, baterías, hielo, enteipó las ventanas y prohibió salidas. Ella espera la catástrofe, detiene su vida por la catástrofe y esta llega, porque conoce su refugio implacable, porque la mujer le llama. Los árboles se tuercen, el cielo truena, las calles ríos y El Comandante detiene su camioneta negra en el camellón que está justo enfrente de aquella casa. Baja del auto despreocupado y se empapa, las dos mujeres se asoman por entre las persianas, temerosas: a una le dan nauseas, la otra corre por un taffil. Dicen que El Comandante no las vio, que ni siquiera buscó verlas... no necesita hacerlo, pienso, él sabe. El día de alerta, de tormenta, de El Comandante.

La luz.
Llevo un mes viviendo en una casa donde todo ilumina, los pisos de duela, una terraza de madera, chimenea electrica, espejos y fotos en cada pasillo, ventanas inmensas en que vemos la ciudad en miniatura y ella nos mira a nosotros, dos niñas que se levantan en la madrugada para ver un eclipse conmigo. Llevo un mes viviendo con una familia, de las de verdad.
Hace dos semanas lo dijo: Quieren que vaya a donde está pasando el huracán, necesitan refuerzos. Al día siguiente antes de que nadie despertara se fue, yo sentí que alguien me echaba una cobija encima (como si fuera una niña friolenta) (qué linda palabra, friolenta), y me daba un beso en la mejilla.
El tío Neto se puso sus botas negras para la lluvia y subió al pick up blanco, a eso de las 4am para reunirse con sus linieros y juntos agarrar carretera. El tío Neto me dijo un sábado Qué guapa te ves, amor, y yo sentí la caricia en el corazón. Es el padre que no tuve, que siempre quise. El tío Neto nos lleva la luz a todos, después del huracán.

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