2.1.07

Mirador
Recargados en un barandal de piedra, vemos la ciudad de la que me voy mil veces, la belleza de lo agonizante. El viento atravieza el cuerpo, entonces el Español, con su seseo, dice Esas cosas dejaron de importarme. Sus ojos azules, profundos, se convierten en océano, en la desesperanza, el naufragio del océano que delinea estas luces que son montañas que son casas que somos nosotros.


Un martillo gigante que pende del techo y llega a mis rodillas


El tren rojo
Las manos escurridizas de una rubia que no habla español sobre los pantalones de un hombre a quien le molestaría hablar. El New York City Boy sentado enfrente de mí, quejándose de sus pies pero dispuesto a seguir con las compras. Dos mujeres que acaban de conocerse hablan sobre sus perros, una lo tiene amarrado todo el tiempo, a la otra el suyo se le escapa. Un padre le dice a su hijo que la línea amarilla es la ruta que deberá tomar para llegar a la escuela, cuentan juntos las estaciones. La señora a lado suyo va dormida. Hay una parte del tren que se mueve, en círculos.


Mi cuerpo frío, perdiendo el frío


Las casas
La de todos, la de colores, la del tío neto, la del futbol. Entro a cada una y cada una me abraza, pero yo siempre me estoy yendo.


La fiesta
Una fogata dentro de una lavadora robada. Velas en bolsas, los poetas son cursis, o al menos estos. La champaña y La De La Champaña. El robo y trueque del gorrito Lucky Charms. El intento de ignorar el flash. Alguien vomitando en la esquina donde un trofeo, mientras nosotros bailamos cumbias, y el Moderno me dice que pensaba en mí como una intelectual sobria siendo que en realidad soy una populacha. La verdad es que yo no sé a qué hora aprendí a bailar. Y la verdad sobre la verdad es que siempre seré de pueblo. Después el conteo, del 10 al 0, como sucede todo, como le sucede a todo. Las felicitaciones. La alegría incierta de un paso en falso.

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