24.1.07

Estoy disparando una escuadra. Las balas atraviesan el vidrio del coche. He matado a una mujer a quemarropa: tres tiros, uno rompe el vidrio y llega a su frente, el otro al cuello, el otro al pecho. Me detengo a mirarla, no hay sonido, corro. Subo a un auto negro, maneja el comandante.

Huye conmigo, conduce y esquiva a todos y todo en segundos, me lleva a la carretera. Creí que me abandonaría allí, pero no, seguimos juntos. Huimos juntos.

Un retén. Por nosotros. Me han reconocido a mí y han sacado de los carteles viejos al comandante. Nos sabemos descubiertos pero hacemos como que no, somos expertos en eso, bajamos del auto, el hombre que intenta detenernos revisa la guantera. Entonces el comandante saca su escuadra, una igual a la que usé para matar a la mujer, quizá la misma... el hombre tiene buenos reflejos, es mucho más joven, jala el gatillo primero.
El comandante cae, por vez primera ante mis ojos, y yo siento cómo mis piernas están a punto de quebrarse. Me mira y mueve una mano, en su lenguaje eso significa que me vaya, doy media vuelta y lo intento, sólo por él, yo todo el tiempo me doy por vencida.
Corro, las balas me alcanzan. Mis piernas se quiebran. Caigo.

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