Duermo boca abajo, de lado, nunca hacia arriba. Soy adicta a los silencios. Cuando voy a un restaurante/café/lugarpúblico sé de lo que hablan mesas vecinas. En el cine debo sentarme en el centro de las primeras filas, durante clase al frente, igual en los conciertos, quizá siento que puedo hacerlos más míos gracias a la proximidad.
Cuando necesito pensar conduzco, camino en las tardes. Mis movimientos son torpes. Hago preguntas estúpidas todo el tiempo; tengo pésima retención (el “macheteo” no se me da), por eso ocupo explicaciones: necesito entender. Leo sentada y de pie, si estoy en casa debo hacerlo descalza; lo mismo al escribir. Y subrayo, desesperadamente.
Cierro los ojos cuando bailo, cuando beso los abro. Tener contacto físico, en mi caso, requiere de esfuerzo; pueden tocarme pero yo no toco. No podría vivir sin tennis ni música. Me siento con una pierna sobre la otra pero el talón de ésta sobre la rodilla de aquella, o simplemente las abro; cruzarlas me parece bastante incómodo. Huelo libros y cuanto estoy por comer, antes de probarlo. Necesito apropiarme, la huella de las cosas me persigue.