20.4.06

El día que supe.

Una catástrofe. Y cae el libro de mis manos. Caen también mis ojos. Pienso que el cuerpo entero hará lo mismo. Voy por ti, allá te cuento. Me dan ganas de llorar. Pero no tengo motivo, sola sospecha.
Estoy sentada, rodeada de estantes. Tantos libros. Alguno debiera explicarme qué se hace ahora: Qué hacer en caso de desmayos, de temblor en las manos. Entonces busco incertidumbre en hojas que no sean de diccionario, busco miedo, nausea, espera.
Entras. Interrumpes mi apenas iniciada investigación. La noticia: espada que acaricia y luego traspasa la piel, mi piel, mis adentros.
Allí, en una biblioteca, donde y cuando mis ojos, brazos y pies se conocían hacía diez años, supe que las palabras podían ser mi vida, pero mi vida no podía ser suficiente.

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