Conocidos Un mechón rojo aquí, otro negro allá, el halter blanco dejando indefenso al lunar que marca el centro de la espalda.
- Disculpa, ¿puedes servirme más café?
Sus lentes se vieron pequeños y cuadrados, los dientes más blancos, los párpados más cansados.
- No te acuerdas de mí, ¿verdad?
- Qué pena, pero la verdad no -entonces volteaste a la derecha y luego a la izquierda, buscando una mano que te llamara para pedirte que le llenaras la taza, o cualquier tontería que bastara para alejarte de ahí. Por supuesto que lo recordabas.
- No te preocupes, es comprensible, a veces ni yo me conozco...
Odiaste lo cliché que eso sonaba, aunque te ayudó a confirmar que seguía siendo el mismo.
todo va a estar bien - Todo va a estar bien, mi niña, ya verás.
Movías la cabeza afirmando; los violines sostenían la nota más alta y tus ojos grandes se volvieron estanques. Te miramos y quisimos bailar ese vals contigo, que subieras tus pies (con todo y tu dedito accidentado) sobre los nuestros, que descansaras tu cuerpo, tu miedo en el nuestro. Quisimos que nos sintieras y supieras, aunque no sea suficiente. Tocarte la espalda, verte a los ojos ahora rojos y abrazarte, para que te quiebres si es lo que deseas (justamente), para que sigas siendo fuerte, para lo que sea; tratar de abarcar el escondite de la pregunta y sedarla al menos un instante, tratar de acariciarte un poquito el corazón. Abrazarte, envolverte, porque las palabras no bastan.
Siempre, lo mismo
Siempre hay alguien que se escapa de la cena, que sale a tomar aire o descansar la mirada después de ver flotando tantas palabras. En una cena, siempre queda una copa vacía y, un cuchillo o un tequiero en el suelo (que, suspendidos a mitad del cuello,
les deux sont la même chose)