Antes creía en Kundera. En lo terriblemente maravillosa que podía ser la casualidad. Tenía fe en las coincidencias, en que la vida era algo incontrolable, un azar.
Hoy he visto a Sabina leer la muerte de sus amigos. Hoy soy esa Sabina. He visto diez mil finales tristes. Y no he llorado uno solo.
La condena fue trazada.
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