En los descansos que me hacía en el café leía el libro, porque yo sabía que tenía que hacer un ensayo, que tenía que hacer éste ensayo. Leí Albert Einstein: Navegante solitario, la biografía que escribió Luis De La Peña sobre el afamado científico. Lo terminé y luego no tuve tiempo de sentarme a escribir, aunque dicen que uno siempre se hace tiempo para lo necesario, mentira, no alcanza. Alcanzaba para que yo hiciera un trabajo mediocre y lo entregara a tiempo, alcanzaba para aventarme un resumen del libro, transcribir datos, sacar conclusiones apresuradas. Supongo que aquí aplica la relatividad como la explicaba Einstein: Si un hombre se sienta a lado de una chica hermosa durante una hora, parece un minuto. Pero déjenlo sentado durante un minuto en una estufa y le parecerá más de una hora. Así que, bartlebiana, preferí no hacerlo. Sin embargo ahora, con un plazo extra, las ideas más asentadas y el libro bien digerido, me siento a escribir.
Lo primero que cruza mi mente: la verdad es que hay muchas cosas que yo no entiendo. Es fácil decir que Albert nació en Alemania en 1879, que de Munich se fue a Milán y luego a Italia, que en 1901 se casó con una matemática, y anduvo de ciudad en ciudad, de país en país, hasta cambiar su ciudadanía para establecerse finalmente en Estados Unidos. Podría poner aquí las fechas, los nombres, los lugares… pero no serviría de mucho. Quiero decir, claro que la vida de un hombre que es un ícono no sólo de la ciencia sino también del siglo XX, es importante: su trajinar nos permite tener cierta noción, bastante aventurada, de lo que componía su identidad, su personalidad, sin embargo, lo esencial se pierde un poco.
Nicanor Parra decía que no ser un idealista a los veinte es no tener corazón, pero serlo a los cuarenta es no tener cabeza. Ignoro si el poeta hubiese sido capaz de pronunciar aquello frente a Einstein, a mí se me caería la cara de vergüenza. Porque Einstein era pura piel, todos hemos tropezado con sus célebres frases: las dos alternativas de ver la vida, que todo es un milagro o que nada lo es, que dios no juega a los dados, etcétera.
Era alguien lleno de esperanza, de vida, de ganas, con una capacidad de sorpresa inmensa. Supongo que eso pasa cuando los Nazis te pisan los talones: valoras tu vida y las de los demás, desmesuradamente.
Es bien sabido que la obra más famosa y polémica de este científico es La teoría de la relatividad que, actual y constantemente, es discutida por los físicos y los que se creen físicos.
Einstein llegó a Princeton huyendo, la Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo y él era, además de científico, judío y pacifista. Unos años después de finalizada la Guerra, y esto le valió su paso a la fama, Albert fue partícipe como investigador en los descubrimientos que hicieron posible el desarrollo de la bomba atómica. Si la vida no fuera irónica: un pacifista ayuda a la creación de un arma mortal que, de hecho, fue usada.
La verdad es que hay muchas cosas que yo no entiendo. Einstein era un científico, sí, pero no se limitaba a ello; es decir, era, antes que nada, una persona de opinión. Hubo una carta donde le pedía a Roosevelt, el presidente de los Estados Unidos en aquel tiempo, que cesara las investigaciones con respecto a la radioactividad, que iban enfocadas a la bomba atómica. Cesar, es una palabra que retumba; cesar la investigación, una frase que para un estudioso no debiera existir porque, si nuestro personaje sostenía que el conocimiento debía verse y abrazarse como un regalo, ¿por qué detenerlo? o, más bien, ¿por qué ser precisamente él quien tratara de pararlo? Einstein era un ser humano contradictorio, como todos los interesantes. Un amigo dice que las contradicciones son completamente lógicas, creo que en este caso le daría la razón.
Albert creía en la ciencia, pero sin el sacrificio de vidas que acarreaban las guerras (curiosamente, hemos visto a través de los siglos que, los tiempos de Guerra son los más fructíferos para esta disciplina), una más humana, consciente a nivel social.
En el 2006 Jen Hofer, intérprete y poeta estadounidense, impartió una conferencia en Tijuana, donde dio una respuesta que me pareció sumamente rescatable. Alguien le preguntó si consideraba que su trabajo, refiriéndose a sus textos, fuera político; ella contestó que todo lo era: desde que te levantas y saludas o no al vecino, desde que lees o no el periódico, desde que tienes o no tienes una opinión sobre lo que pasa en tu casa, en tu calle, en tu país, cuando decides si hacer o no algo al respecto. Estoy consciente de que pareciera que esto no tiene en absoluto que ver con el presente ensayo pero, mi punto es el siguiente, y tenga el lector paciencia porque este párrafo será largo:
Cuando, con motivo de una fuerte crítica de Einstein al gobierno nazi, Von Laue le escribió preguntándole si está bien que un físico se involucre en problemas políticos, Einstein le contestó preguntándole a su vez cómo sería el mundo si gente como Bruno, Humboldt, Spinoza o Voltaire no hubieran actuado en asuntos políticos.
Y es totalmente cierto. Cómo sería el mundo si personas de distintas disciplinas no se involucraran en su evolución, puesto que a final de cuentas son individuos y son ciudadanos, miembros activos de una sociedad con la que están inconformes. De hecho, Einstein llegó a manifestar que, para él, el sistema óptimo mediante el cual los problemas de la sociedad contemporánea quedarían cubiertos, resueltos, sería el socialismo .
Ahora bien, ¿cómo propagar el conocimiento sin tomar partido?, ¿puede entonces un científico ser imparcial?, ¿qué tan delgada es la línea que separa al científico de la persona?, ¿existe esa línea, aunque sea internamente?
Este tema me recuerda muchísimo, pareciera paralelo, al problema de los periodistas con respecto a mantenerse al margen, a no mezclar opinión con noticia… aunque, ¿qué haríamos?, ¿cómo sería el mundo si las opiniones no dieran vida a los datos? Yo lo veo como un rompecabezas: las piezas están ahí, cada nuevo hecho es una, y si no se aparece alguien para atar cabos, para juntar piezas, nos quedaríamos con datos regados en una mesa, lo cual sería completamente obsoleto. Por tanto, creo que hay que ensuciarse las manos, hay que tomar partido, hay que edificar, porque ya dijo Bachelard, y es algo que me zumba en los oídos cada vez con más frecuencia: Nada es espontáneo. Nada está dado. Todo se construye.
Entiendo las consistentes y públicas intervenciones de Einstein en asuntos “ajenos” a la ciencia pero, a pesar de ello, la verdad es que hay muchas cosas que yo no entiendo. Einstein decía que la paz no es algo por lo que se lucha, sino algo a lo que se llega a través del entendimiento. Yo no soy Einstein, de hecho, estoy muy por debajo, y aún así me atrevo a creer que el entender no hace que uno se sienta mejor, o que las cosas se solucionen. Hay que luchar porque, si alguna referencia válida existe y debiéramos tener presente, es que no todos comprenderemos (en presente y en futuro). No es el afán pues, en ningún modo pesimista, sólo un poco menos idealista. Viéndolo bien es gracioso, según los versos que cité anteriormente de Parra, Albert no tenía cabeza, y yo no tengo corazón.